Carlos F. Reyes
Profesor de Estado
El
viernes 8 de mayo por la mañana, La Moneda lucía como un edificio abandonado: blanco,
pulcro, pero vacío como un barco fantasma. No se veían ministros o subsecretarios circulando por los
pasillos, ni tampoco asesores que conversaran con los periodistas, ni
secretarias o voceras caminando con legajos en sus manos como es habitual, pues
permanecían recluidas en sus oficinas comentando, seguramente, los efectos del
terremoto político que había ocurrido. Los pocos funcionarios que cruzaban de
un lugar a otro cargando cajas con efectos personales en franca labor de
desalojo, parecían caminar en puntillas. El silencio sepulcral era interrumpido apenas por
el aleteo de unas palomas que volaban para disfrutar del sol otoñal sobre el
lomo de un cañón. La tensión se percibía en el aire. Y claro, se había
derrumbado la imagen idílica de un sistema democrático al servicio del pueblo. Por
eso, en dicho edificio emblemático, donde se suponía que la luz podía caminar
descalza sin temor, hoy, la escoria de
la corrupción con sus clavos y vidrios rotos se amontona en cada rincón.
Michelle
Bachelet, Presidenta de la República de Chile, había anunciado con voz quebrada
a la audiencia televisiva, el miércoles 6, que había pedido la renuncia a todos
sus ministros. La noticia espetada a boca de jarro, quedó registrada en el
rostro rancio del rey de la farándula.
Ella, que había llegado al país desde su máximo cargo en la ONU como si una
imagen divina descendiera del cielo para
curar los males de un país tan aporreado, cuenta ahora con apenas el 29% de
aprobación de la ciudadanía y el 70% de desaprobación de la gestión de su
gobierno.
La
fetidez de los escándalos de corrupción, cohecho, estafas al Fisco con boletas
fraudulentas, asociaciones ilícitas, tráfico de influencias, especulaciones
inmobiliarias, amiguismo de variada índole, envenenan el aire y ya no hay
espacio en la alfombra palaciega para esconder tanta basura.
A
14 meses de iniciado el gobierno, el carisma atribuido a la hija del general se
desplomó; su incapacidad para manejar las situaciones conflictivas–tal como
ocurrió con su conducta pusilánime durante el tsunami de 2010- quedó en
evidencia cuando señaló que no estaba informada de los millonarios negocios de
su hijo y, cuando lo estuvo, quedó paralizada;
la gente le perdió la confianza, ya son pocos los que le creen y, lo que
es peor, su tradicional apego con la gente se debilitó. Así, hoy por hoy, cunde
el desengaño y la desilusión en un sistema político que no representa a los
ciudadanos, quienes sólo entregan el 3% de aprobación a los políticos.
Este
es el resultado de un manejo político torpe desde su inicio. La formación de su
gabinete a comienzo de 2014 trastabilló en más de una oportunidad cuando en el
círculo de los privilegiados se nombraba a un subsecretario en una cartera, el
cual muy pronto era reemplazado por otro, pues el anterior no tenía una hoja de
vida impoluta. Se designaba a un intendente y, a poco andar, era sustituido por
otro. Y así, sucesivamente, en un clima de expectación y espera enervante,
marcado por el hermetismo de la mandataria. Se dilataban las decisiones
fundamentales, tal como ocurrió con el Programa de la Nueva Mayoría anunciado
una y otra vez, pero que nadie conocía. Lo importante para ella y su coalición era
dar una nueva imagen; era un rayo de esperanza pues ahora, por fin, se
corregirían los errores cometidos por la antigua Concertación a pesar de que la
mayoría de los miles de personeros asignados al nuevo gobierno habían
pertenecido a dicha coalición, excepción hecha del Partido Comunista que
regresaba, ni en gloria ni en majestad, al Palacio de Toesca tras 42 años de
relegación.
Bachelet,
fiel al paradigma de Tironi, según el cual la mejor política comunicacional es la
que no existe, ha conducido al país en medio del secretismo y la ambigüedad, lo
cual fomenta el rumor y la suspicacia. Tampoco ha querido apoyarse en los
partidos políticos de su conglomerado y su soberbia le ha impedido escuchar el
clamor callejero y de los movimientos sociales tal como ocurrió en mayo de 2006
cuando 800.000 jóvenes acudieron a un llamado a
paro nacional convocado por las asambleas estudiantiles ante la sordera de la
mandataria. No opina, no delibera, no es
transparente pese a su rimbombante discurso en dicha línea, tal como ocurrió cuando
prometió un ambiciosos programa anticorrupción en 2006 que no cumplió. Cabe
recordar que ante la pregunta de un periodista, empezó su nuevo mandato
diciendo “paso”. Su profunda desconfianza hacia los demás, la ha llevado a
rodearse solo de quienes no le resulten amenazantes, por eso su madre fue su
brazo derecho durante el primer mandato y en su segundo gobierno llevó a su
hijo Sebastián –quien le asestó la primera puñalada- a ocupar un cargo en
palacio en un grato ambiente familiar. También acarreó junto a ella a su hijo
político, Rodrigo Peñailillo, el descabezado Ministro del Interior –quien le
clavó la segunda cuchilla al no recomendarle que regresara a la capital cuando
se supo del caso Caval.
Sin
embargo, las investigaciones periodísticas levantaron la tapa de la olla podrida
a lo cual se sumó la enérgica decisión de los abogados del Ministerio Público
de investigar y denunciar ante la Justicia a los responsables de esta
maquinaria de financiamiento de la política que defraudó al Fisco durante
muchos años y que permitió el enriquecimiento de numerosos políticos que
vendieron su conciencia a los grandes empresarios. Lo cual ha permitido que
media docena de ellos sean formalizados ante la justicia por los escándalos de
corrupción, a pesar de que dichas
denuncias han tratado de ser ocultadas por parte de algunos ministros que han
dado instrucciones para que, por ejemplo, el SII no se querelle en contra de
los políticos implicados en la emisión de boletas fraudulentas.
Pero
ese quehacer político cupular, sostenido a punta de bonos, grandes promesas y ofrecimientos
incumplidos se descascara, se cae a pedazos. Los esfuerzos de Bachelet por
evitar que sus hijos, el natural y el otro, sean enjuiciados en la plaza
pública de las redes sociales y motivo de escarnio en los programas faranduleros,
han sido inútiles. Es una doble espina
en la garganta que le impide referirse al tema.
Ante
el revuelto panorama decidió conformar
el grandilocuente “Consejo asesor presidencial contra los conflictos de interés, el
tráfico de influencias y la corrupción”, el cual no consiguió disipar la
fetidez ambiental. Ni siquiera con el agregado de “un proceso constituyente”
que nada tenía que ver con lo anterior. Por último, cuando ya no daba para más
y los periodistas nacionales le exigieron una entrevista el 24 de abril, dijo,
desde el fondo de su alma: “Es obvio que yo nunca más seré candidata a nada con
cargo de representación popular en la política”. Incluso tuvo que desmentir los
rumores de su renuncia. Está reventada.
Pero el problema de fondo no es su incapacidad
para disipar el ambiente turbio y de estancamiento que se vive. Tiene que ver
con el pacto político acordado por la elite con la dictadura a fines de los 80’,
sostenido por los gobiernos de la Concertación y que hoy agoniza, pues no se
puede seguir gobernando entre cuatro paredes de espaldas a la gente. Los
proyecto de reformas que su coalición suscribió se han visto mermados de manera
significativa. Así, la Reforma Tributaria se cocinó con los sectores
empresariales que la recortaron a tal punto que los recursos que ella podría
generar no van a alcanzar para cubrir una educación gratuita total. La Reforma
Educacional no ha contado con la participación de los estudiantes, apoderados y
profesores pues no han sido convocados para tal efecto. Incluso la Ley de
Carrera Docente no cuenta con el apoyo del profesorado. La Reforma Laboral que
se pretende impulsar es un traje a la medida para los empresarios y por eso la
CUT reclama, por ejemplo, que no se considere en ella la negociación por rama
de la producción. No se tomó en cuenta la voz de los pescadores para dictar la
Ley de Pesca que los condena a la miseria. No se escucha a los pueblos
originarios, particularmente el mapuche, algunos de cuyos integrantes acaban de
cumplir una huelga de hambre de 46 días. La ayuda para con los damnificados de
Atacama ha sido lenta e insuficiente. No se oyen las demandas de los ex-presos
políticos en huelga de hambre. A cada
paso se viola la libertad política y económica de los trabajadores de Chile. Los
abusos contra los ciudadanos ocurren a diario y sin freno.
Es el derrumbe de una forma de
hacer política, propia del modelo neoliberal impuesto bajo la dictadura. Este
sistema, con todos sus dispositivos de dominación, se desploma. La mentira, la
engañifa, el chanchullo ya no tienen cabida en un país mayoritariamente
digitalizado que se entera rápidamente de las noticias que no aparecen en los
medios. Es muy probable que ante el temor de una altísima abstención en las
próximas elecciones municipales, la casta política reponga el voto obligatorio
para no perder tanta legitimidad.
El lunes 11 de mayo, la
Presidenta Bachelet tuvo la oportunidad histórica de convocar a una Asamblea
Constituyente que nos permita zafarnos de la Carta Magna heredada de la
dictadura y diseñar un nuevo ordenamiento institucional, más democrático, más
justo, más tolerante, más digno, más humano. Pero no lo hizo. “Pasó” o, más
bien, retrocedió. La designación del nuevo Gabinte le acaba de dar un portazo a
la Asamblea Constituyente al incluir a sectores conservadores de la
Concertación, como Burgos, quien señaló que está por “la política de los
acuerdos”. Desde luego acuerdos con el empresariado que es, finalmente, el que
define los destinos del país. Se derrumba el constructo de la Nueva Mayoría,
cae hecha polvo la posibilidad de refundar la política al servicio de los
ciudadanos.
“De donde yo provengo se valora
la lealtad”, dijo el ex Ministro del Interior Rodrigo Peñailillo, el hijo
pródigo, tras ser despojado de su cargo por la Mandataria, quien hizo lo mismo
con quienes eran sus más fieles colaboradores y nombró a los que más han
obstaculizado las reformas. Este triunfo de la casta conservadora mató el
Programa de la Nueva Mayoría. Queda por ver si en los próximos meses y años los
movimientos sociales serán capaces de elaborar una estrategia política que
permita empujar los cambios que la ciudadanía reclama.
Pero si la presidenta no
escucha las demandas ciudadanas y promueve un acercamiento con los movimientos
sociales corre el riesgo de que su soledad política se agudice y concluya su
mandato haciéndole compañía a las palomas en el Patio de los Cañones de La
Moneda.