jueves, 14 de mayo de 2015

El awuelo viajero

Fabiana, la bella
Con mi hermosa nieta, Fabiana





En Moscú


En Giza, El Cairo




De cocinero

En Bordeaux





 
En Luxor
 

Escribiendo en una playa de Cambodia
En los canales de Amsterdam


En Kuala Lumpur, Malasia

En el Taj Mahal, India

En el desierto de Thar, India

En Cartagena de Indias, Colombia

En las ruinas de Chan Chán, Perú

En la selva peruana

En Versailles

Celebrando el 14 de julio



En el palacio real de Pnhon Pehn, Cambodia

En Cu Chi, Vietnam

En Chiang Mai, Tailandia

Antes de subir a ver las líneas de Nazca, Perú
Viajando por el Amazonas
En las cataratas de Iguazú

En la selva amazónica 

En Bangkok
 

En el Morning Market de Bangkok

Con tigres en un Zoo de Tailandia

En Praga

En Marrakesh




En Kiev, Ucrania


Sobre el techo del barco mientras recorríamos el río Mekong

En la selva Camboyana, cerca de Siem Riap
En la cúpula de la Basílica de san Pedro, Roma

Delante de la Stupa Dorada, en Vientiane, Laos

 
En Florencia, Italia
En Angkor Vat
 

En Kiev, Ucrania

EL DERRUMBE


El derrumbe

Carlos F. Reyes

Profesor de Estado

 

 

El viernes 8 de mayo por la mañana, La Moneda lucía como un edificio abandonado: blanco, pulcro, pero vacío como un barco fantasma. No se veían  ministros o subsecretarios circulando por los pasillos, ni tampoco asesores que conversaran con los periodistas, ni secretarias o voceras caminando con legajos en sus manos como es habitual, pues permanecían recluidas en sus oficinas comentando, seguramente, los efectos del terremoto político que había ocurrido. Los pocos funcionarios que cruzaban de un lugar a otro cargando cajas con efectos personales en franca labor de desalojo, parecían caminar en puntillas. El  silencio sepulcral era interrumpido apenas por el aleteo de unas palomas que volaban para disfrutar del sol otoñal sobre el lomo de un cañón. La tensión se percibía en el aire. Y claro, se había derrumbado la imagen idílica de un sistema democrático al servicio del pueblo. Por eso, en dicho edificio emblemático, donde se suponía que la luz podía caminar descalza sin temor,  hoy, la escoria de la corrupción con sus clavos y vidrios rotos se amontona en cada rincón.

Michelle Bachelet, Presidenta de la República de Chile, había anunciado con voz quebrada a la audiencia televisiva, el miércoles 6, que había pedido la renuncia a todos sus ministros. La noticia espetada a boca de jarro, quedó registrada en el rostro rancio del  rey de la farándula. Ella, que había llegado al país desde su máximo cargo en la ONU como si una imagen divina descendiera del cielo  para curar los males de un país tan aporreado, cuenta ahora con apenas el 29% de aprobación de la ciudadanía y el 70% de desaprobación de la gestión de su gobierno.

La fetidez de los escándalos de corrupción, cohecho, estafas al Fisco con boletas fraudulentas, asociaciones ilícitas, tráfico de influencias, especulaciones inmobiliarias, amiguismo de variada índole, envenenan el aire y ya no hay espacio en la alfombra palaciega para esconder tanta basura.

A 14 meses de iniciado el gobierno, el carisma atribuido a la hija del general se desplomó; su incapacidad para manejar las situaciones conflictivas–tal como ocurrió con su conducta pusilánime durante el tsunami de 2010- quedó en evidencia cuando señaló que no estaba informada de los millonarios negocios de su hijo y, cuando lo estuvo, quedó paralizada;  la gente le perdió la confianza, ya son pocos los que le creen y, lo que es peor, su tradicional apego con la gente se debilitó. Así, hoy por hoy, cunde el desengaño y la desilusión en un sistema político que no representa a los ciudadanos, quienes sólo entregan el 3% de aprobación a los políticos.

Este es el resultado de un manejo político torpe desde su inicio. La formación de su gabinete a comienzo de 2014 trastabilló en más de una oportunidad cuando en el círculo de los privilegiados se nombraba a un subsecretario en una cartera, el cual muy pronto era reemplazado por otro, pues el anterior no tenía una hoja de vida impoluta. Se designaba a un intendente y, a poco andar, era sustituido por otro. Y así, sucesivamente, en un clima de expectación y espera enervante, marcado por el hermetismo de la mandataria. Se dilataban las decisiones fundamentales, tal como ocurrió con el Programa de la Nueva Mayoría anunciado una y otra vez, pero que nadie conocía. Lo importante para ella y su coalición era dar una nueva imagen; era un rayo de esperanza pues ahora, por fin, se corregirían los errores cometidos por la antigua Concertación a pesar de que la mayoría de los miles de personeros asignados al nuevo gobierno habían pertenecido a dicha coalición, excepción hecha del Partido Comunista que regresaba, ni en gloria ni en majestad, al Palacio de Toesca tras 42 años de relegación.

Bachelet, fiel al paradigma de Tironi, según el cual la mejor política comunicacional es la que no existe, ha conducido al país en medio del secretismo y la ambigüedad, lo cual fomenta el rumor y la suspicacia. Tampoco ha querido apoyarse en los partidos políticos de su conglomerado y su soberbia le ha impedido escuchar el clamor callejero y de los movimientos sociales tal como ocurrió en mayo de 2006 cuando 800.000 jóvenes acudieron a un llamado a paro nacional convocado por las asambleas estudiantiles ante la sordera de la mandataria.  No opina, no delibera, no es transparente pese a su rimbombante discurso en dicha línea, tal como ocurrió cuando prometió un ambiciosos programa anticorrupción en 2006 que no cumplió. Cabe recordar que ante la pregunta de un periodista, empezó su nuevo mandato diciendo “paso”. Su profunda desconfianza hacia los demás, la ha llevado a rodearse solo de quienes no le resulten amenazantes, por eso su madre fue su brazo derecho durante el primer mandato y en su segundo gobierno llevó a su hijo Sebastián –quien le asestó la primera puñalada- a ocupar un cargo en palacio en un grato ambiente familiar. También acarreó junto a ella a su hijo político, Rodrigo Peñailillo, el descabezado Ministro del Interior –quien le clavó la segunda cuchilla al no recomendarle que regresara a la capital cuando se supo del caso Caval.

Sin embargo, las investigaciones periodísticas levantaron la tapa de la olla podrida a lo cual se sumó la enérgica decisión de los abogados del Ministerio Público de investigar y denunciar ante la Justicia a los responsables de esta maquinaria de financiamiento de la política que defraudó al Fisco durante muchos años y que permitió el enriquecimiento de numerosos políticos que vendieron su conciencia a los grandes empresarios. Lo cual ha permitido que media docena de ellos sean formalizados ante la justicia por los escándalos de corrupción, a pesar de que  dichas denuncias han tratado de ser ocultadas por parte de algunos ministros que han dado instrucciones para que, por ejemplo, el SII no se querelle en contra de los políticos implicados en la emisión de boletas fraudulentas.

Pero ese quehacer político cupular, sostenido a punta de bonos, grandes promesas y ofrecimientos incumplidos se descascara, se cae a pedazos. Los esfuerzos de Bachelet por evitar que sus hijos, el natural y el otro, sean enjuiciados en la plaza pública de las redes sociales y motivo de escarnio en los programas faranduleros,  han sido inútiles. Es una doble espina en la garganta que le impide referirse al tema.

Ante el revuelto  panorama decidió conformar el grandilocuente “Consejo asesor presidencial contra los conflictos de interés, el tráfico de influencias y la corrupción”, el cual no consiguió disipar la fetidez ambiental. Ni siquiera con el agregado de “un proceso constituyente” que nada tenía que ver con lo anterior. Por último, cuando ya no daba para más y los periodistas nacionales le exigieron una entrevista el 24 de abril, dijo, desde el fondo de su alma: “Es obvio que yo nunca más seré candidata a nada con cargo de representación popular en la política”. Incluso tuvo que desmentir los rumores de su renuncia. Está reventada.

Pero  el problema de fondo no es su incapacidad para disipar el ambiente turbio y de estancamiento que se vive. Tiene que ver con el pacto político acordado por la elite con la dictadura a fines de los 80’, sostenido por los gobiernos de la Concertación y que hoy agoniza, pues no se puede seguir gobernando entre cuatro paredes de espaldas a la gente. Los proyecto de reformas que su coalición suscribió se han visto mermados de manera significativa. Así, la Reforma Tributaria se cocinó con los sectores empresariales que la recortaron a tal punto que los recursos que ella podría generar no van a alcanzar para cubrir una educación gratuita total. La Reforma Educacional no ha contado con la participación de los estudiantes, apoderados y profesores pues no han sido convocados para tal efecto. Incluso la Ley de Carrera Docente no cuenta con el apoyo del profesorado. La Reforma Laboral que se pretende impulsar es un traje a la medida para los empresarios y por eso la CUT reclama, por ejemplo, que no se considere en ella la negociación por rama de la producción. No se tomó en cuenta la voz de los pescadores para dictar la Ley de Pesca que los condena a la miseria. No se escucha a los pueblos originarios, particularmente el mapuche, algunos de cuyos integrantes acaban de cumplir una huelga de hambre de 46 días. La ayuda para con los damnificados de Atacama ha sido lenta e insuficiente. No se oyen las demandas de los ex-presos políticos en huelga de hambre.  A cada paso se viola la libertad política y económica de los trabajadores de Chile. Los abusos contra los ciudadanos ocurren a diario y sin freno.

Es el derrumbe de una forma de hacer política, propia del modelo neoliberal impuesto bajo la dictadura. Este sistema, con todos sus dispositivos de dominación, se desploma. La mentira, la engañifa, el chanchullo ya no tienen cabida en un país mayoritariamente digitalizado que se entera rápidamente de las noticias que no aparecen en los medios. Es muy probable que ante el temor de una altísima abstención en las próximas elecciones municipales, la casta política reponga el voto obligatorio para no perder tanta legitimidad.

El lunes 11 de mayo, la Presidenta Bachelet tuvo la oportunidad histórica de convocar a una Asamblea Constituyente que nos permita zafarnos de la Carta Magna heredada de la dictadura y diseñar un nuevo ordenamiento institucional, más democrático, más justo, más tolerante, más digno, más humano. Pero no lo hizo. “Pasó” o, más bien, retrocedió. La designación del nuevo Gabinte le acaba de dar un portazo a la Asamblea Constituyente al incluir a sectores conservadores de la Concertación, como Burgos, quien señaló que está por “la política de los acuerdos”. Desde luego acuerdos con el empresariado que es, finalmente, el que define los destinos del país. Se derrumba el constructo de la Nueva Mayoría, cae hecha polvo la posibilidad de refundar la política al servicio de los ciudadanos.

“De donde yo provengo se valora la lealtad”, dijo el ex Ministro del Interior Rodrigo Peñailillo, el hijo pródigo, tras ser despojado de su cargo por la Mandataria, quien hizo lo mismo con quienes eran sus más fieles colaboradores y nombró a los que más han obstaculizado las reformas. Este triunfo de la casta conservadora mató el Programa de la Nueva Mayoría. Queda por ver si en los próximos meses y años los movimientos sociales serán capaces de elaborar una estrategia política que permita empujar los cambios que la ciudadanía reclama.

Pero si la presidenta no escucha las demandas ciudadanas y promueve un acercamiento con los movimientos sociales corre el riesgo de que su soledad política se agudice y concluya su mandato haciéndole compañía a las palomas en el Patio de los Cañones de La Moneda.